Desde la antigua Mesopotamia el ser humano ha buscado influir sobre el cuerpo y sus estados mentales. La muerte, el dolor y el sufrimiento han sido los azotes que han puesto en marcha una búsqueda incesante de encontrar un remedio que mitigue o elimine los males del cuerpo y de la mente. La capacidad de adaptación, y la evolución de nuestro cerebro nos ha permitido superar barreras que a priori parecían infranqueables.
Nuestro cerebro ha ido modificando su estructura para garantizar nuestra supervivencia ante los incesantes cambios del entorno. En sus orígenes el hombre primitivo tenía que competir por la comida con animales que le superaban en número, fuerza y tamaño; su cerebro reptiliano no era suficiente para asegurarse la existencia por lo que tuvo que evolucionar y desarrollar el sistema límbico o cerebro emocional, lo cual le daba una ventaja sobre sus competidores, la capacidad de emocionarse, sentir placer o dolor ante un suceso, empatizar, unirse y formar asentamientos donde se protegían unos a otros; con el tiempo y la convivencia se hizo necesario desarrollar un lenguaje más sofisticado, crear normas y reglas que garantizaran una comunicación que les permitiera adquirir conocimientos que pasaran de una generación a otra para seguir diferenciándose y ganando terreno adaptativo al resto de las especies, se desarrolló la corteza cerebral y la capacidad de razonamiento.
Con el paso de los años estás tres estructuras de nuestro cerebro han seguido evolucionando, unas con mas protagonismo y otras en la sombra. Aunque creamos que nuestra corteza cerebral, la más moderna y sofisticada es la que tiene mas poder y relevancia, nos equivocamos, es solo una distracción que nuestro cerebro utiliza como estrategia para asegurar los más importante, la supervivencia, primero de la especie y después como individuos. Nuestras estructuras más antiguas, el cerebro reptiliano y el sistema límbico son las más poderosas y no se fían de dejar en manos de la corteza cerebral las decisiones más importantes, tales como la regulación del sistema respiratorio, sistema circulatorio, hormonal e inmunológico.
La corteza cerebral se ha dedicado a buscar en la tecnología los recursos para mejorar nuestra vida, pero donde realmente poseemos las herramientas para hacerlo es en nuestro sistema límbico, donde residen nuestras emociones. El sistema límbico está conectado con la corteza cerebral y modula la intensidad de la percepción y expresión de las emociones, pero ante un conflicto entre la corteza cerebral y el sistema límbico siempre ganara este último, ya que su cometido tiene prioridad “la supervivencia”.
Cuando nuestro cerebro trabaja coordinando eficazmente estas tres estructuras, nuestro sistema nervioso autónomo o vegetativo (sistema circulatorio, respiratorio…) aumenta su eficacia, evitando la aparición de enfermedades o ayudando a librarnos de ellas. Pero no olvidemos que en ocasiones no será suficiente apelar a la razón, la lógica o la fuerza de voluntad, ya que estas se encuentran bajo la supervisión de la corteza cerebral; habrá que apelar a la imaginación, la creatividad y los instintos. Para nuestro cerebro la realidad objetiva no existe, es más importante tener una explicación completa de un suceso, aunque hayamos tenido que completarla con la imaginación o la fabulación que percibir que es incompleta y nos crea duda, incertidumbre, inseguridad y falta de control.
Si nuestro cerebro es capaz de crear tantas realidades como posibilidades puedan darse, también puede cambiar la percepción del dolor, y del sufrimiento; como dijo Henry Ford: “tanto si crees que puedes como si crees que no puedes estas en lo cierto”.
Cuando una persona sufre un accidente y tiene un dolor agudo muy intenso, nuestro cerebro si considera que ese nivel de dolor puede causar daños irreparables en nuestra salud psíquica, segrega endorfinas para contrarrestarlo o nos hace perder el conocimiento mientras estas hacen efecto y se produce la reparación del tejido o la zona afectada.
Cuando el dolor es crónico en la mayoría de los casos están implicadas las emociones y por lo tanto el sistema límbico, recordemos que nuestro cerebro siempre tiene como prioridad la supervivencia, deberemos no solamente tratar el dolor, sino sus causas, si no lo hacemos, este volverá a aparecer una y otra vez.
A mis pacientes con fibromialgia siempre les digo: “No te creas nada de lo que te voy a decir, hasta que no lo experimentes por ti mismo/a, pero me gustaría que tuvieras la mente abierta para tampoco negarlo hasta que lo compruebes”
Cuando reprimimos las emociones, negamos los sucesos dolorosos o los exageramos, ocultamos nuestros miedos, justificamos los abusos que recibimos, sentimos rencor, ira inhibida y contenida, nos indignamos fácilmente, nos imponemos a nosotros y al mundo reglas rígidas, actuamos en busca de la perfección, no soportamos los fracasos o los errores y en general nos quejamos constantemente y enfocamos la atención en las carencias en vez de la abundancia. Nuestro córtex se colapsa y nuestro sistema límbico acude al rescate (sabe más el diablo por viejo que por diablo) para evitar el sufrimiento psíquico y para ello si tiene que mantener un dolor crónico para mantenernos distraídos y alejados del sufrimiento emocional, lo hará.
“Nuestra mente es como un volcán, si hay actividad en su interior, si está crece y no tiene por donde escapar, acabará explotando, entrará en erupción y arrasará todo a su paso, una vez que sale el magma no se puede retirar hasta que no se enfría y en ocasiones los cambios que origina en el paisaje son tan costosos de retirar, que forma un nuevo ecosistema”
(Jordi Sánchez)
“Serás más sabio que los demás en cuanto comprendas que la adversidad no es una condición permanente del hombre. Y, sin embargo, esa sabiduría no es suficiente por si sola. La adversidad y el fracaso pueden destruirte mientras esperas pacientemente a que la fortuna cambie. Trátalas de una sola manera.
¡Recibe bien a ambas, con los brazos abiertos!
(Og Mandino)
Y TÚ ¿QUE OPINAS?
Jordi Sánchez